MADRID, España.Hace tres décadas, casi por casualidad, los hoteleros españoles descubrieron Playa Bávaro, en Punta Cana (República Dominicana), y comenzaron a construir el paraíso caribeño que hoy visitan casi dos millones de turistas extranjeros cada año.
Con el paso del tiempo, el idilio entre las cadenas nacionales y el país del ron se ha afianzado (un 70% de la inversión procede de España) y, en los próximos años, el mercado sumará más de una veintena de nuevos proyectos made in Spain.
Ahora, el camino no parece tener obstáculos, pero cuando los hoteleros españoles desembarcaron en la isla caribeña, muchos pusieron en duda el éxito de la aventura internacional, según el portal www.expansion.com.
En la primavera de 1980, durante la visita a Puerto Rico de un grupo de empresarios de Baleares, uno de ellos, un avispado Gabriel Barceló, decidió aprovechar el viaje para visitar la vecina República Dominicana.
Tras conocer zonas como La Romana y Puerto Plata, las vicisitudes de la vida llevaron a Barceló a recalar en Playa Bávaro. Tras pasear por los siete kilómetros de “arena blanca como polvo de talco y agua cristalina”, tal como la describió, el empresario español decidió que era el lugar ideal para que su compañía, Grupo Barceló, iniciase su expansión fuera de España.
Pero se lo calló para sí ya que, como recuerda el libro Los Visionarios del Caribe, de Mario Morales y Juan Luis Ruiz, “pertenecía a un grupo de 12 ó 15 personas, la mayoría cubanos exiliados y dominicanos, que lo habían comprado para hacer negocio. Ellos no tenían previsto desarrollar nada en aquella zona y no demostré ningún tipo de entusiasmo para evitar aumentar el precio del terreno”. La parcela, de siete millones de metros cuadrados con 1,9 kilómetros de frente de playa, tenía un inconveniente: no había carretera.
Carretera
La suerte se alió con el proyecto y, poco después, recibió la aprobación del Gobierno dominicano, dispuesto a construir la carretera de acceso. La competencia era escasa –Barceló fue la primera cadena internacional en instalarse en la isla–, pero los riesgos eran grandes.
El huracán Allen había causado graves destrozos en un país aún por construir. A pesar de todo, Barceló, cuya política de inversiones era entonces un tercio de recursos propios y el resto de financiación bancaria, se tiró a la piscina.
El 7 de enero de 1984 comenzaron las obras del Hotel Barceló Beach, lideradas por Sebastián Barceló, que para agilizar la obra construyó barracones para los obreros, que recibían comida gratis y salarios por encima de la media de la zona. En un año, el presupuesto en comida alcanzó el millón de dólares de la época y la compañía española tuvo que instalar una central eléctrica, una depuradora de aguas residuales, lavandería, panadería e, incluso, un economato, para cubrir las necesidades de su nuevo negocio.
Apenas trece meses después, en febrero de 1985, Barceló inauguró el primer hotel español en República Dominicana, que recibió a sus primeros clientes, canadienses, con un precio de 30 dólares por persona en régimen de media pensión. Al mes de estar abierto, la ocupación era del 100%, por lo que, en junio, los Barceló decidieron ampliar el complejo de 400 a 600 habitaciones. Barceló gastó un millón de dólares en alimentar a los obreros que construyeron el primer hotel de Bávaro
Barceló, Escarrer y Matutes
En paralelo, otra cadena hotelera balear, Sol Meliá, comenzó a escribir su historia internacional justo al otro lado del mundo, en Bali. El proyecto contó con el respaldo económico del Banco Mundial, que a cambio puso una única condición: que fuese parte de un plan general de desarrollo de todo la isla. La consigna básica era que el lujo es el espacio, lo que, en el caso del hotel, se tradujo en amplios espacios abiertos y pocos edificios, que se mimetizaran con el entorno. Ésta fue la idea que, poco después, la empresa de la familia Escarrer puso en práctica en Bávaro y en Cancún, a donde llegó en 1987.
Al dúo Barceló-Escarrer se unió pronto la familia Matutes, que un año después de la apertura del Hotel Barceló Beach se hizo con una finca de 500 hectáreas.
Aunque ésta no comenzó a desarrollarse hasta 1992, antes, en 1989, la saga ibicenca, encabezada por el ex ministro de Exteriores Abel Matutes, compró el Hotel Dominican Fiesta, con el propósito de que sirviera como cabeza de lanza en el país y en el que invirtió 50 millones de dólares (38,97 millones de euros). La inversión acumulada en los 14 hoteles que Fiesta Hoteles, la cadena de Matutes, tiene en la zona se sitúa en torno a 780 millones de euros.
El Gobierno dominicano, mitad incrédulo sobre las posibilidades de los empresarios españoles, mitad consciente de que su inversión podía traer el motor económico que necesitaba el país, les concedió algunas ventajas fiscales, aunque no siempre facilitó su trabajo. Entre ellas, la exoneración de impuestos para la importación de materiales y productos (básica para la fase de construcción de los hoteles y para alimentar a los huésped es hasta que el destino se popularizase), así como la concesión de un periodo de diez años para no pagar impuestos sobre los beneficios.
Sin embargo, las facilidades económicas no fueron el factor determinante que animó al resto de grupos hoteleros españoles a seguir la senda abierta por los pioneros. El boca a boca y la buena relación entre los emprendedores contagiaron el entusiasmo de unos a otros.
Llegan los demás
En 1990, Luis Riu hijo dejó su trabajo en Canarias a petición de su padre para trasladarse a Punta Cana y dirigir, personalmente, la construcción de los cinco hoteles que había proyectado en un terreno de 800.000 metros cuadrados. Sus inicios tampoco fueron fáciles. Disponía de un contenedor que hacía las veces de cocina, comedor y oficina, y tardó un mes en tener teléfono. Incluso, fue detenido por derribar palmeras cuando construía una carretera para acceder a su propiedad, aunque logró salir indemne de la incómoda situación.
Finalmente, acordó con Fluxá, Escarrer y Matutes realizar una carretera que uniera sus complejos. La financiaron entre los cuatro, Riu la diseñó y Barceló se encargó de hacerla realidad. Según señala Riu en Los visionarios del Caribe, “la construcción es más barata en República Dominicana que en México, pero los gastos diarios, personal, comida, luz, agua no”.
En 1991, se inauguró el Hotel Riu Taino, dos años antes de la apertura del Iberostar Bávaro. Miguel Fluxá, fundador de la cadena, pagó 40.000 dólares (31.180 euros) por cada habitación de su primer hotel en Punta Cana, a gran diferencia de los 180.000 dólares (140.300 euros) que se requieren, hoy en día, en otros destinos como Riviera Maya.
Una vez que quedó patente que la apuesta de los pioneros en el Caribe había sido más que acertada, otras compañías de menor tamaño cruzaron el charco, como Occidental, NH, Hotetur, Blau, H10 y Catalonia Hoteles. Lejos de quedarse quietos, los emprendedores hoteleros han seguido descubriendo nuevos destinos para turistas de todo el mundo. México, Brasil, Marruecos, Túnez, Croacia y Turquía han venido después. ¿Cuál será el siguiente? La respuesta, dentro de 25 años. Tomado de la Expansion.com