Luis Lora (Chirí) fue traído como prisionero a la común fronteriza Pedernales en los años cuarenta del siglo XX y hasta que se le gastó la vida sostuvo que era primo hermano de Francisco Augusto Lora, ex vicepresidente de la República del régimen de “mano dura” presidido por Joaquín Balaguer (1966-1970) y presidente del Movimiento de Integración Democrática (Mida).
En tiempos de la tiranía de Rafael L. Trujillo (1930-1961) era común castigar a presos con el traslado a esta comarca del extremo sudoeste del territorio dominicano, vecina de Haití. El espectro de delitos abarcaba robos, asesinatos y violaciones sexuales. Pero también era excusa para el destierro la desafección al régimen de sangre. A esos, les aislaban en isla Beata, adyacente a la provincia, para la tortura, o el tiro de gracia y la desaparición.
En el pueblo, los reclusos que no terminaban eliminados a tiros en los tupidos manglares de Bucanyé o en los montes cercanos a los potreros de la playa, con el tiempo, “por buena conducta,” se convertían en presos de confianza y en sus salidas por el vecindario comenzaban a relacionarse hasta que, ya libres, algunos crearon familias en la comunidad. Otros se marcharon.
Se sabe que al chiripero no le trajeron por animadversión política. Algunos consultados dicen desconocer la causa, aunque se quedó sin formalizar hogar.
Leovigildo Méndez (Rubio Gelín), 72 años, exgobernador, afirma que, de pequeño, vio a ese hombre y oía rumores sobre autoría de un supuesto homicidio en tierras del Cibao.
Chirí se quedó, pero como prisionero de la pobreza extrema, jornalero a expensas del azar de cada día, hasta marcharse ya escuálido, con la muerte encima, dejando su imagen en el imaginario de la juventud de los años sesenta y setenta.
El primer poblamiento de sabana Juan López (luego Pedernales) se había instalado en 1927 como parte del plan de dominicanización de la frontera sur ejecutado por el gobierno de Horacio Vásquez (1924-1930), vía Sócrates Nolasco. Al menos 32 familias fueron traídas en la primera fase desde Duvergé, pasando por Sierra del Baoruco.
Desafío al empobrecimiento
Chirí no pasaba inadvertido. Era un personaje. Mulato, estatura de 5.6, delgado pero fibroso. Cuando no cargaba la camisa raída al hombro, la usaba con las puntas anudadas sobre el ombligo y con el pecho al aire. En su espalda curtida por el sol exhibía una especie de culebra tatuada que despertaba cuchicheos en los corrillos de este pueblito con primacía católica e influencias mágico-religiosas.
Habría cumplido 38 años al final de la década del 40 cuando picaba piedras con una mandarria, debajo de un ranchetica techada de palmas que fabricaba para guarecerse del sol achicharrante del mediodía en el área pelada donde luego hicieron el parque central. Apilaba el producto para venderlo al ingeniero Campos, responsable de la construcción de los 10 diez chalets de concreto armado para empleados públicos.
Miguel Pérez, 84 años, le conoció de cerca en ese trajín. Con nueve años, junto a sus pares, también acometía la dura tarea.
“Frank Manuel Reyes Pérez, hijo de la hermana de mi papá Carlito Pérez, fue quien me motivó. Esas piedras eran fáciles de partir porque tenían huecos. Cada uno hacía su rancheta, como un bohío, con palos y palmas para protegernos. Y Chirí era el líder. Yo lo hacía porque el niño que tuviera cinco cheles en ese tiempo se sentía millonario y los sonaba como maracas para echar vainas a los amiguitos”, enfatiza y ríe.
La constructora tenía un camión Dodge de seis ruedas para recolectar las piedras en la periferia del pueblo, cerca de Los Olivares. Y comenzaba la faena. Cada uno hacía su pila de piedra picada. Los obreros de la obra mezclaban los agregados a palazo limpio.
El sábado era el gran día. Los encargados de la obra medían la producción apilada con una lata de aceite de 30 libras y llevaban la contabilidad sobre cuánto debían a cada picador. Pagaba tres cheles por cada lata.
“Los sábados nos poníamos contentos. Quizá los muchachos podíamos conseguir 15 o 25 cheles. Según iban necesitando piedras picadas, la empresa iba tomando y nos pagaba. Si uno hacía 30 latas, se ganaba 90 cheles. Se podía comprar un jalao o un dulce de leche de vaca, o quenepas (limoncillos). La única mata de quenepas del pueblo existía en casa de Largo Méndez. Nadie compraba caña, ni coco de agua ni seco. Ni yuca, ni batatas, porque estos productos se regalaban”.
Miguel no solo molía. Debía ir al play a vender una bandeja de dulce de coco seco con azúcar parda (Ni pensar en refina) que su hermana Olga elaboraba en una paila a leña. Él, de regreso, siempre se comía un par y alegaba que se le habían caído.
Debía asistir cada lunes a la fortaleza (hoy el cuartel policial con una cárcel hacinada e inmunda) a buscar la ropa sucia de los guardias que su mamá, María Pérez, lavaba en la regola, secaba sobre las piedras en el mismo lugar y, luego de almidonarlas, desarrugaba meticulosamente con planchas de hierro calentadas en el fogón. Su hijo regresaba cada viernes a la fortificación para entregar las encomiendas a sus dueños.
“Las llevaba los viernes planchaítas con almidón. Los pantalones, con almidón grueso; y con almidón fino, las camisas. Todo eso en un mes, por tres pesos. En ese tiempo, las mujeres se iban a lavar en las regolas en la mañana y regresaban en la tardecita ya con la ropa seca porque las lavaban y las ponían en el sol allá mismo. El dinero costaba mucho, pero había poco circulante. Yo andaba descalzo y tenía las costillas como un carbón, estaba berrendo, porque el sol de Pedernales no es fácil. Vivíamos en casa con piso de tierra, pero teníamos comida y un hogar sano”, narra desde su vivienda en el Distrito.
Los sueldos de los empleados públicos rondaban 60 pesos. Los guardias rasos devengaban RD$27.80 cada mes.
Mucho trabajo para un niño, pero Miguel debía cumplir con la escuela. Era obligatorio. Desde la fortaleza vigilaban.
“Toda actividad debía hacerla después de la escuela. El primer curso, la alfabetización, era obligatorio. El muchacho que llegara a siete años y el papá no lo inscribía, lo mandaban a buscar de la fortaleza para preguntarle. Si el muchacho no estaba ahí, había que ir a buscarlo. Una vez mi mamá tuvo que venir a la capital a Villa Duarte a buscar a Franjul, mi hermano, que estaba con Olga, porque ya había pasado los siete años y lo no lo había inscrito. En la Oficialía del Estado Civil, instalada en el Palacio Consistorial, había un libro para asentamiento de las declaraciones de nacimientos y cuando el niño cumplía siete años, esta se lo informaban la fortaleza. Y al cumplir 16, también llamaban para sacarle la cédula e inscribirle ahí en el servicio militar obligatorio. Había un control estricto”, explica.
Miguel fue después empleado público, se hizo músico de la banda municipal y técnico en motores diésel en el Loloya San Cristóbal. Se enorgullece del esfuerzo de su madre y su padre Carlitos Pérez por lograr una prole disciplinada y de bien.
Claudio Fernández (Kike), 87 años, cuenta que “Chirí era un hábil preso, pero no sé por qué estuvo preso. Yo era muy muchacho todavía cuando él llegó aquí, y yo tenía una tía que se llamaba Buenamoza, que era el refugio de él ir a comer. Él decía eso, que era primo hermano de Luis Augusto Lora, pero eso es igual que Trujillo después que se murió… Yo lo conocí en el pueblo, era el pobre diablo de toda la gente del pueblo. Todo el mundo lo quería. Era una especie de mendigo que todo el mundo lo recogía para cocinar, buscar leña… Siempre estaba sin camisa, y si se le ponía, andaba con ella desabotonada o con ella al hombro. Era un pobre diablo como muchos presos más, que yo conocí y tengo la lista por ahí, incluyendo a Rafael Vásquez, que fue apoyado por Danilo Trujillo”.
Cerca del matadero, camino a la puerta con Haití, estaba el potrero de Vásquez, con excelente ganado y caballos, atendido por Juantino, conocido carnicero del mercado municipal en los 60 y 70. Residía con su esposa Nilba y dos hijos en la Sánchez con Duarte, en la casa que luego ha sido de Francia Pérez y Reyes Recio, que luego modificó agregándole una cocina grande y moderna, baño y la primera verja del pueblo.
Milagros Caraballo, arquitecta, recuerda cuando Chirí visitaba la casa de su madre. “Y hasta llegó a cocinar en un negocio que tenía mi mamá cuando yo era chiquita. Nunca dejó de ir. No supe más de él hasta que dijeron: Chirí murió”.
En Pedernales no había medios de comunicación. Tener un radio para captar emisoras o una vitrola para escuchar música a pura manigueta era noticia. La lámpara de combustible keroseno funcionaba como la principal generadora de luz. El primer generador de electricidad (15 kilos) sería instalado por la Odis cerca del mercado municipal a inicios del año 50.
Sinencia Pérez, conocida comerciante de la comunidad, poseía uno que funcionaba con pila seca. Y el Partido Dominicano (de Trujillo), otro que operaba con la energía de una batería de camión.
Señales de cambio
Pedernales semejaba una aldea. Todos los vecinos se conocían y eran solidarios.
Aún configuraban la comarca el redondel de casitas de tejamanil, la iglesia de madera con su campanario en la Braulio Méndez con Juan López, la Escuela Especial Fronteriza, vecina de la casa de administración de la colonia, en la Genaro con 27 de Febrero y otros establecimientos de 1927.
El territorio estaba atravesado de norte a sur por regolas que partían del cauce del río Pedernales y hacían más productiva la parte baja del pueblo, hacia el sudoeste de la Libertad y al este de la Duarte.
Una recorría por el este del pueblo, hoy calle primera del Barrio Alcoa. Otra, al este de la Genaro Pérez Rocha, entraba para la piscina de la fortaleza. Una, al oeste de la simbólica calle Juan López, pasaba detrás de los patios de Minina, Atina y Memén y Curú y Zora, entre otros.
Otra, la Regola del Gobierno, al oeste del cementerio (el viejo), camino a la puerta con Anse -a- Pitre, se adentraba por los potreros que administraba de Rafael Vásquez, el protegido de Danilo Trujillo, sobrino del tirano que se adueñó de las lomas y depredó los bosques de madera preciosa para sus aserraderos, usando “presos de confianza”.
En 1935, el gobierno había iniciado una campaña de defensa de la religión cristiana en la frontera con la construcción de varias iglesias, consta en el libro La Era de Trujillo. 25 años de historia dominicana, escrito por Manuel Machado Báez.
Cita también la edificación de establecimientos de salud para proteger la frontera de enfermedades infecto-contagiosas. En Pedernales, una oficina sanitaria y el dispensario médico Francisco del Rosario Sánchez, bajo la dirección de un médico. Y en la colonia agrícola Los Arroyos, un dispensario médico atendido por un practicante de brigada.
Siete años después, en 1942, resalta el anuncio sobre el inicio de un plan de construcciones: edificio de una planta de bloques, de 84.00 metros cuadrados, en la calle Mella, para las oficinas del Juzgado de Paz y Oficialía Civil, a un costo de RD11,500.
Edificio de madera, cemento y zinc, de 106.87 metros cuadrados, para la Escuela Especial Fronteriza a un costo de RD$ 936.81. Edificio de madera, techado de zinc, de 96 metros cuadrados, para el mercado público, a un costo de RD$3,400 pesos.
Además, 19 casas de asbesto con área de 92 metros cuadrados para el Ejército, a un costo de RD$5,291.02. Varias casas de madera en la común Pedernales ocupadas por el E.N. a un costo de 16,291.02. Varias casetas de madera y zinc en las secciones Cabeza de Agua y Banano, de la común Pedernales, ocupadas por el Ejército Nacional a un costo de RD$11,254.49.
Y 10 chalets de concreto armado para empleados públicos, a un costo de RD$6,600 pesos.
Chalets, juzgado, palacio y mercado
El cemento era extraño por estas tierras. Tejamanil, clavó, zinc, palmas, clavos y pisos de tierra protagonizaban el momento hasta que, a mediados de los años treinta, comenzó otra historia.
En 1934, cuatro hermosas casas de terracreto o mampostería fueron inauguradas a la entrada del pueblo, frente la fortaleza original para hospedar a oficiales del Ejército Nacional de turno.
Desde el norte, contigua al portón para impedir el paso de vacas, la correspondiente al mayor comandante de turno de la 16 Compañía. En dos ocasiones sirvió de morada al hoy héroe nacional, mayor Juan Tomás Díaz. Desapareció su valor arquitectónico luego de la compra por la empresa Telemicro.
Las siguientes eran para: oficial médico, dentista y demás. Se conservan la habitada por hijos del doctor Pérez Heredia, capitán E.N., y la rentada al Ministerio de Turismo por la viuda del poderoso y pintoresco médico Moisés Marchena, fallecido, en la Libertad casi esquina Genaro Pérez Rocha.
La perteneciente al oficial Elio y Yeya, más al este, fue afectada por el ciclón y la demolieron. En un local rústico construido luego funciona un negocio.
El 11 de abril de 1944, durante una ceremonia presidida por el general Fernando Sánchez quedaron inaugurados los cuarteles y anexos del Ejército Nacional, consigna el volumen XII sobre las Obras de Trujillo, compiladas por el Archivo General de la Nación.
El 29 de mayo de 1949, Previsión Social del Gobierno inauguró el Palacio Municipal y el mercado.
El 27 de febrero de 1950, inauguró los 10 chalets que había iniciado el 25 de agosto de 1949, destacó el periódico El Caribe en su página cuatro (Obras de Trujillo, tomo XII, Editora Montalvo, Ciudad Trujillo. 1956).
Más adelante, el 29 de junio de ese año, el edificio para oficinas judiciales o Juzgado de Paz (hoy Fiscalía y Tribunal), en la Duarte 44.
Según el documento, otras obras inauguradas fueron: la carretera Pedernales-Puerto Escondido, el 19 de agosto de 1952; una clínica, el 20 de octubre de 1954; la policlínica de la Caja del Seguro, el 28 de octubre de 1954.
El ayuntamiento (Alcaldía) sigue hoy en el mismo edificio, en la Duarte con 27 de Febrero. En aquellos días era la Casa Consistorial. En el segundo piso, funcionaban el ayuntamiento y la biblioteca. En el primero, la Oficialía del Estado Civil, la Tesorería, el Partido Dominicano (en el salón principal).
“Arriba estaba el ayuntamiento y la biblioteca, que administraba Afife Méndez, hija del agricultor Nestor Méndez y la ama de casa Nonoy. Primero la administraba Amanda Tejeda”, relata Miguel.
Rememora los amoríos de la hermosa Afife con el doctor Duquela Morales, teniente médico del E.N., quien luego sería reputado cardiólogo de la clínica Gómez Patiño, en la capital.
“Él era mi cardiólogo aquí en la capital y hasta venía a mi casa. Antes de morir me confesó que Afife fue el amor de su vida, pero que Nestor, su papá, se la quitó. Me dijo: Teníamos amores y una vez me encontró en el campanario de la iglesia de madera de Pedernales y me la arrancó. Nunca nada pasó. Eso se regó en el pueblo. Creo que Afife jamás se casó, ni tuvo novio”.
Desafiando el tiempo
Los chalets de concreto armado siguen firmes y habitados. Los edificios institucionales (Palacio Municipal y Juzgado de Paz), también.
Con sus galerías en forma de trapecio rectángulo, unas, y otras, como rectángulos, con aljibe o pileta en sus techos para la recolección de agua, las viviendas se distinguen a distancia de las demás casas del municipio.
En los cuatro chalets de la calle Braulio Méndez, frente al parque, desde el este: Mario Acosta (Familia Calú y Tatá). Era de Danilo Trujillo, vivió el Sanidad Felipe María Morel, cuya oficina estaba justo al lado norte, en la casona que luego fue la farmacia Santa Rosa. Viviría también José Joaquín Bidó Medina, el primer magistrado del Juzgado de Instrucción creado en 1958. Bidó Medina fue luego reputado abogado, rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, miembro del Comité Político del Partido de la Liberación Dominicana y alto funcionario público elogiado por su postura ética.
Tras la fundación de la provincia, 1958, también fue casa para gobernadores, hasta que el gobierno de Balaguer construyó una camino a la playa, casi frente al hospital.
Julio Díaz (Popo) y esposa viven en la siguiente, donde han habilitado una cafetería. Había sido adquirida por sus padres Marchene y Cubana. Antes vivieron el profesor Milcíades Mancebo y la profesora Isabel Báez.
En la siguiente, Palito Galarza, hijo de Nila y de Francisco Galarza (oficial civil, fiscalizador interino, síndico, encargado de la Cámara de Comercio).
Y en la de la esquina sur, vive un pariente del propietario Máximo Féliz, excónsul y empresario. Ángel Remedio Pérez Cuevas (Titío) y familia residieron por mucho tiempo, entre otros.
En las tres viviendas de la Mella, desde el sur, frente al parque: Ricardo Pérez Fernández (Ico), hijo de Francia Fernández (Doña) y Carlos Alberto Pérez Cuevas (Pimpón). Antes habitada por Rubén Bretón, presidente del Partido Dominicano, y Mireya Fernández. Según su hijo Rubén, se la pasaron a Doña, hermana de Mireya.
La siguiente casona fue comprada por el abogado Juan Carlos Acosta a la heredera Libia, hija de Chichí Cervantes (hijo de Leticia Pérez esposa del oficial Justo Ramírez) y La Negrita.
En la siguiente, primero vivió doña Gelín, pero fue “persuadida” para salir por el capitán Juan Almánzar, esposo de Sofía, la pariente de Chichí Madera. Luego, la pareja exsíndico Chichí Madera-profesora Eunice Félix. En el presente vive Eduardo, hijo de Luis Casquito, uno de los primeros choferes del transporte interurbano y expropietario de la vieja estación de gasolina a la entrada de la ciudad.
Y en las tres de la calle Juan López, desde el sur, en la de Nestor y Nonoy, su hija Lilian vivió y montó una bodega con nevera que funcionaba con keroseno (siempre tenía cervezas frías). Heredó su sobrina Guachi.
La siguiente, de Nicolás Morales (era síndico nativo de Paraíso) y Rosa. Había vivido Rubén Bretón. Fallecidos sus dueños, está alquilada a un médico de Oviedo.
Y en la próxima, propiedad de Ulises Medina y Nola. Vive Marilín con su prole. Antes, Bartolo Molina y su pareja Neyda y, al mudarse hacia Oviedo, Abelardo Méndez Terrero (servidor del Juzgado).
El antiguo Palacio Municipal o Palacio Consistorial dejó de ser multiuso. Solo alberga la alcaldía y el alcalde actual es Alfredo Francés.
En el edificio del Juzgado de Paz, en la Duarte 44, funcionan ahora al Ministerio Público y el Palacio de Justicia. Había sido creado en 1952 y funcionó hasta 1993 a la ubicación actual. El primer juez fue el teniente Aquilino Collado, hasta 1959.
Dervio Heredia Heredia es procurador fiscal titular. Miguel Antonio Encarnación de la Rosa, juez presidente del Tribunal de Primera Instancia.
Un clamor cultural
Las viviendas para empleados públicos y militares y los locales para instituciones, en los años 30 y 40, representan los primeros hitos de transformación de la “aldea” en población urbana y la antesala de la separación jurídica y política de Barahona, con la creación de la provincia mediante la Ley 4815 del 17-12-1957.
El huracán Katie, categoría 3, arrasó el poblado a su paso por el sur el 16 de octubre de 1955. De inmediato el Gobierno instruyó al ingeniero Wascar Tejeda Pimentel (hoy héroe nacional) construir hileras de casas (calles Juan López, Sánchez, 27 de Febrero, Mella, Duarte y Genaro Pérez Rocha), la iglesia católica, escuela, liceo y hospital (demolido en 2016). Las inauguró con los actos de fundación de la provincia el 1 de abril de 1958.
Tras el fenómeno, el cine Doris, de una casona de paredes y techo de zinc donde proyectaba películas de 16 milímetros, resurgió como un edificio de dos salas con proyectores de cintas de 35 milímetros.
Andrés Pérez y Pérez (Chichicito) y Tony Bretón, ingenieros, y el agrónomo-ambientalista Ricardo Estévez (Cano) postulan por una intervención gubernamental para preservar tales viviendas.
“Las primeras viviendas de concreto representan un valioso legado arquitectónico que debemos preservar para fortalecer nuestra conexión con el lugar. Es imperativo que Pedernales cuente con una entidad encargada de proteger tanto nuestro patrimonio cultural, tangible como intangible, para conservar nuestra identidad colectiva. Es esencial mantener esas casas pioneras, reforzar su estructura sin alterar su diseño original. Su demolición debe evitarse a toda cosa. Para garantizar su conservación, sería beneficioso declararlas como patrimonio del pueblo de Pedernales, lo cual permitiría que la entidad correspondiente las proteja”, considera el ingeniero Pérez y Pérez.
Bretón afirma que “hasta el momento de la construcción de esas viviendas, la mayoría de los habitantes de Pedernales no tenían ni idea de construcciones con materiales pétreos porque ni en Duvergé había. El ayuntamiento, el juzgado y esas casas deben asumirse como legado cultural y prohibir su remodelación o transformación. Son el origen de las construcciones en el siglo XX en Pedernales. De hecho, esas casas el Estado no se las ha venido a nadie. Las que fueron construidas a raíz del ciclón Katie, sí fueron donadas a cada familia. Pero esas y la que ocuparon Yime y Virginia son institucionales”.
El agrónomo y ambientalista Estévez opina que Pedernales necesita su patrimonio cultural tangible e intangible como forma de garantizar sus valores y su identidad, más ahora con la ejecución del proyecto de desarrollo turístico. Advierte sobre señales tenebrosas por la falta de normativas de uso de suelo y la desatención a la cultura.
Desde agosto de 2020, la gestión del presidente Luis Abinader promueve el desarrollo turístico. Del proyecto oficial hay obras en proceso. Agitación comercial en el pueblo. De moda, la compra y venta de propiedades. La efervescencia constructiva, al máximo.