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jueves, diciembre 5, 2024

En Pedernales se entienden #2

El día a día de esta comunidad minera, agropecuaria y turística en la parte más al sur del territorio nacional, transcurre salpicado de bocanadas repentinas de humor, sin importar infortunios. El turista y otros visitantes las descubrirán en sus intercambios con la comunidad.

Cuentan que Memeco jugaba “bolas” (canicas) con unos amigos en el patio de su casa, pero su madre le llamó para ir a un mandado. Y él, distraído en su partida, sin mirar hacia atrás, respondió: -¡Pero no ahora, mamá! El papá le ripostó con una tundra de baquetazos. Todos los presentes rieron a carcajadas.

Desde aquel día de la década del 80, la frase del hijo de Terina y Cheché, hermano de La Killa, Ripio, Chicuey, Niña, El Potro, Práxcedes, Víctor Cheché, Joyita, Moreno y Jaky, corrió de boca en boca hasta instalarse en el imaginario de los pedernalenses.

Así que no se sorprenda si en cualquier tertulia en un patio, en el parque o en cualquier compartir de tragos y comidas, ante cualquier petición a alguien para realizar una tarea, la persona le responda entre risa socarrona: ¡Pero no ahora! Y a seguidas, sin mancar, la atribución de la expresión a su autor, bien sazonada y silabeada: ¡Me-me-co! Pascual Radhamés Gómez Pérez (Memeco) ha cumplido 72 años con su salud mermada.

El día a día de esta comunidad en la parte más al sur del territorio nacional transcurre salpicado de bocanadas repentistas de humor pese a los largos años de empobrecimiento (57%). Es una de las cuatro provincias de la Región Enriquillo (Independencia, Baoruco, Barahona y Pedernales), la más carenciada del territorio nacional en vista de la exclusión gubernamental y empresarial.

Muchos, como Luis Díaz Corcino, creen que el pedernalense lleva el humor en las “venas”y se revela en cada diálogo y apodo porque es difícil describir sin los motes a ese pueblo minero, agropecuario y turístico. Cada quien tiene el suyo y sus cuentos. Una cualidad que, entienden, ayuda a remontar con éxito la dureza de la vida en la frontera con Haití.

En Pedernales se entienden con sus giros. Pero es probable que el turista y el visitante que van al pueblo tengan dificultades para comprender y hasta se sientan ofendidos por algún vocablo de la comunicación informal. Adentrarse en la cotidianidad de los provincianos es culturalmente enriquecedor y hasta relajante. Motivador en la medida que nunca pierden su espíritu alegre sin importar infortunios y se exceden en hospitalidad con el foráneo.

Mi primohermano Damero me vio crecer en el pueblo. Ya él se encamina a los 80 y yo he pasado las seis décadas; sin embargo, aún, cuando me ve, el saludo automático es: “¿Cómo estás, Buruguá?

Todo comenzó hace muchos años. Rondaba yo el primer lustro. En el patio de su casa, separada de la mía solo por una empalizada, había rejones con gallos de pelea y algunas gallinas sueltas.

Una de esas aves era “japonesa” (así le llamaba a las que carecían de plumas en el “cocote” o cuello). Para nosotros, los niños del vecindario, esas japonesas tenían fama de guapas, y más si estaban “sacadas” (con sus pollitos). Esta del cuento tenía “una rumba” de pollitos y los cuidaba con exacerbado celo. Estaba como una verdadera “gallina paría”. Pero ella y su prole me llamaban la atención.

Pese a la reiterada advertencia de un hermano, “la curiosidad mató al gato”. Crucé al patio vecino de Sulina y Bao (progenitores de Damero), al final de la icónica calle Juan López. Los pollitos me atraían, eran hermosos. Mientras me acercaba cautelosamente, ellos, con sus pio-pio, se arremolinaron en torno a su mamá, que no tardó en volar hacia mí y atacarme a picotazos. No valían mis manotazos mientras yo gritaba a toda mandíbula, pidiendo auxilio: ¡Ay, mamá, ay, corre!

Salvado, comencé a sentir picazón en todo el cuerpo. Unos “pajaritos” me picaban una y otra vez. Mataba uno, mataba otro… No se acababan. Desesperado, volví a gritar tan duro que se oía en la cuadra.

Me preguntaban con insistencia y sin ocultar preocupación: -¿Pero qué te pasa, qué te pasa? Y yo, entre llantos desesperados, respondí: -¡Los buruguá, los buruguá!

Era un esfuerzo de un niño en pánico por pronunciar el nombre de un piojillo o malófago que invade los cuerpos de las aves para chupar su sangre, llamado “jiriguao” por criadores locales.

Pedernales es singular. Nunca espere la expresión mexicana “dame un aventón” para pedir que alguien le lleve gratis en su vehículo. Aventón en este pueblo del sudoeste significa golpe duro por la espalda. Fácil le entienden allá si usted usa el dominicanismo “dame una bola” porque no entenderían la petición como testículo sino como “llévame”. O si usted apela al término “culemba”. “Me voy en una culemba” equivale al viaje sin pagar pasaje.

Con escaso uso ya está el término “bigote”, que no era el  bozo en sí, sino a la marca de leche batida que vendían en las barras de Miguelito Sena (Genaro Pérez Rocha con Antonio Duvergé) y de Mercedes Viela (Libertad con Duarte).

En los años 70, los jovencitos gestionaban sus “chelitos” para ir a aquellos negocios y sentarse en los taburetes en espera del batido de leche de vaca, azúcar y un poco de canela. Lo emocionante era apurar para bajar un poco el contenido del vaso, sin sorbete, y esperar que el dependiente lo completara con el restante en el vaso de la licuadora. “Dame el bigote”, decíamos.

Otro detalle: si un pedernalense le habla de “una cacharrá”, simplemente quiere decir: una gran cantidad. Y si le dice “dame un pa los pies” no se refiere a una esposa que, incómoda, rechaza al hombre en la cama, sino dejarle pasar la noche en su casa porque dormirá tranquilo.

Cuando se trataba de hacer “un cocinao”, los pedernalenses tenían sus códigos. Al proponerlo uno, el otro respondía: “Que sea bueno y pa que falte mejor que sobre”. Cuenta Napoleón Féliz que gustaban de la abundancia.

Julín, hijo del simbólico Cafemba (f), tenía una frase que soltaba cada segundo en una conversación. “No diga na” se hizo tan popular que, cuando alguien le ve y le inquiere, no le llaman por su nombre, sino por su frase. Otros en el pueblo aún la repiten.

Miguelito Sena tenía la suya, y la asumió el pueblo: “Ecolecuá” (origen creole) como sinónimo de asentimiento. Amiguito, también, ancló su bien saboerado: “No sé, no”. Le salía en cualquier contexto. Bolívar Suárez: “Dígale que sí, no importa el precio”.

José Vallejo cogió fama por sus gritos en el cine cuando  veía una escena picante (sexo). Exclamaba: ¡Toma tu vaina; toma, pendeja!

Desde entonces la frase es común en conversaciones cotidianas de hombres del pueblo, como siempre con énfasis en el autor original: ¡Toma tu vaina; toma tu… pendeja”. José Vallejo.

En Pedernales aún suenan: “Más lejos que el carajo”, “Lo mando pal carajo”, la del teniente Adames: ¿Está temblando o tiene miedo, pajarito?

Y de Chichí Cacó, en vida un hombre negro y fuerte como un toro, muy activo, dedicado a la agricultura y a la crianza de ganado. Siempre locuaz y con el humor a punta de lengua, provocaba risas con sus ocurrencias. Solía decir: “El negro es negro aunque huela a pan”.

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Tony Pérez
Tony Pérez
Periodista investigador, maestría en Políticas y Planificación de la Comunicación, locutor, catedrático, exdirector de la Escuela de Comunicación de la UASD, jurado del premio de Periodismo Turístico Epifanio Lantigua, de la Asociación Dominicana de Prensa Turística (Adrompretur) y facilitador talleres de actualización en Comunicación y Periodismo Turístico, de Adrompretur.

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