En el antiguo campo santo del pueblo, la familia de Leovigildo Méndez (Rubio Gelín) tuvo que desenterrar las osamentas de abuelos y abuelas para sepultarlas en el nuevo, un lugar que suponían seguro y solemne. Jamás imaginaron que perdían su tiempo. Ha sido igual.
En el fosal viejo todo es irreverencia. Allí, donde la autoridad ni por asomo ronda, la norma es el desorden. El cuidado está ausente.
La imagen semeja un potrero abandonado. Las tumbas apenas se ven; las hierbas las han forrado. El sitio es campo abierto para pastos de chivos. Es una guarida para fugitivos, consumidores de drogas prohibidas, negocios turbios y prostitución. Es otro mundo, sin verja, ya sin cruces ni nada alegórico, sin nadie que vele por su puesta en valor, ni siquiera porque se está en modo turismo.
“Si quieres saber cuánto me hiere, te digo que ahí estaban enterrados mis cuatro abuelos, los paternos y los maternos, y, aunque los trasladamos hace algún tiempo hacia el otro cementerio, ahí queda una serie de cadáveres cuyos parientes tienen el mismo sentimiento que yo y sé que se sienten molestas e incómodas. No hay seguridad, ni en ese cementerio, ni en el nuevo. El rumor público dice que ahí se hace de todo, desde actos sexuales hasta el consumo de sustancias prohibidas, y, para colmo, se esconden los delincuentes”, cuenta con nostalgia.
Ricardo Estévez, agrónomo: “Eso lo veo como un monumento histórico porque ahí, quizás, posan los restos de algunos de los fundadores de Pedernales. Deben acondicionarlo, valorizarlo, proteger la memoria de los fieles difuntos que allí posan y declararlo como un monumento histórico. Lo que están haciendo ahora es profanándolo. Están cogiendo los huesos para hechicería con los haitianos. Hay muchas tumbas profanadas”.
ESPALDAS A LOS DIFUNTOS
La necrópolis está perdida en un área situada a unos cuantos pasos, al norte, desde la carretera que lleva Anse -a- Pitre, Haití (extensión de la 27 de Febrero), a unos 250 metros del parque central.
Es una vía de tránsito fluido de motocicletas, camionetas, camiones, jeepetas y viandantes que van y vienen al mercado binacional, en estos días nervioso a causa del conflicto de meses entre los dos países, provocado por la construcción de un canal del lado haitiano para extraer agua del río internacional Dajabón o Masacre, en la frontera norte.
Pero obvian su existencia. Viven el día a día, de espaldas a sus muertos violados y parte de su historia sepultada.
El campo santo data de inicios de los años 40 del siglo XX. El 22 de abril de 1939, el concejo de regidores del ayuntamiento del municipio aprobó una solicitud del regidor-tesorero José de la Rosa para la compra de alambres y grapas para la terminación del cementerio. Hoy, ni rastros de la cerca hay.
De la Rosa había llegado como militar a Pedernales, pero salió y alcanzó el cargo municipal. Posteriormente fue asesinado en el lado dominicano de la frontera, de acuerdo a las informaciones registradas por alcaldía.
Miguel Pérez nació en la comarca en 1941. Afirma que, de pequeño, vio el cementerio en ese lugar.
“Pero, antes que ese, hubo uno entre la Genaro Pérez Rocha y la Santo Domingo, a la altura de la 16 de Agosto. Había potreros y recuerdo que se encontraban osamentas y cosas. Fue el primero. Pero el cementerio éste, el de ahí, de la puerta (con Haití), como le llamábamos, ya existía cuando yo comencé a acordarme de las cosas”, rememora.
El proceso de poblamiento formal de la sabana Juan López (luego Pedernales) había comenzado en 1927 durante el gobierno de Horacio Vásquez (1924-1930), como parte de un plan de dominicanización de la frontera sur con el río Pedernales como línea divisoria. Fue relevado por el tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina (1930-1961).
A mediados de los años 70 del siglo XX, tras la construcción del nuevo cementerio en el sector La 40, calle L (o Profesor Ruperto Vólquez Medrano, exgobernador), cesaron los entierros en aquel lugar.
Por la progresiva arrabalización, varias familias dolientes ahorraron dinero y trasladaron las osamentas de los suyos hacia la nueva infraestructura. Pero el que está en operación también es un lugar caótico que simboliza el irrespeto por los muertos. Califica para botadero de basura.
“El viejo está totalmente abandonado y debo decir que, aunque el actual síndico ha sido el peor de la historia y nadie lo superará en negatividad, casi ningún síndico de Pedernales le ha dado la atención que requiere el cementerio. Eso es grave porque ese cementerio recoge los restos de la mayoría de los fundadores de Pedernales; sin embargo, las autoridades no le han puesto atención. Es un monte, con las tumbas profanadas y abandonadas y como espacio para cualquier cosa, cualquier diablura, cualquier acto de delincuencial”, opina Méndez.
Faltan los invasores
Paulino Pérez (Palén) asegura que el cementerio fue abandonado hace muchos años.
“Lo que pasó fue que hicieron el otro y la gente comenzó a llevarse sus muertos para allá; eso quedó abandonado y lo que quedó, se lo robaron. Ahí no hay seguridad… Ahorita la gente se cogerá ese terreno porque las autoridades ni pasan por ahí”, puntualiza.
“Ahí no hay na, ahí lo que hay es una crianza de chivos que tiene Chango. Las autoridades de aquí no le hacen caso a eso. El síndico es el principal culpable de eso, o los síndicos que han pasao. Es descuido total de las mismas autoridades. Ahí lo que se hace es delinquí, todo el que fuñe con drogas es pa ahí que coge”, expresa Chalo.
El sociólogo, catedrático, folclorista e investigador Dagoberto Tejeda, reconocido por sus abordajes sobre las tradiciones dominicanas, ha escrito sobre el valor cultural de los entierros para los deudos.
“Para algunas personas, la muerte es un final, la conclusión de su existencialidad cuyo destino va a depender de su conducta en la tierra, esperándole el premio del cielo o el castigo divino del infierno. Otros creen que morir es nacer de nuevo, transformado, resultado de una reencarnación. Para otros es, sencillamente, la conclusión de una existencia donde todo terminó con la muerte sin ninguna trascendencia sobrenatural, y por eso dicen: ¡Hasta siempre!
Según el especialista, en República Dominicana y el resto del Caribe está presente una conceptualización africana.
“Los muertos también van a otra vida donde prevalece una dimensión de la inmortalidad pero a otro espacio de la realidad donde se puede dar una relación entre los vivos y los muertos, de ayuda mutua y de comunicación personal, y aunque el cuerpo desaparezca, el espíritu es eterno. Morir es volver a nacer”.
Y precisa: “Por esta filosofía, los difuntos se convierten en ancestros con capacidad para influenciar a los vivos y viceversa, por lo cual en la cultura popular dominicana existen ceremonias como los nueve días, los palos de muerto, las estelas mortuorias y los baquiní, entre otras”.
La ley 214, sobre cementerios, promulgada el 4 de marzo de 1943, en el artículo 1 es clara: El establecimiento y la explotación de los cementerios estarán a cargo de los ayuntamientos, de ruedo exclusivo, salvo los derechos adquiridos en esta materia, hasta la fecha de la presente ley.
El Gobierno ejecuta obras del proyecto de desarrollo con el objetivo, ha dicho, de convertir a Pedernales en un destino de turismo sostenible modelo.
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